Hace 9 años Sebastián Piñera cerró La Nación e inicio la operación de venta del diario (Archivo incluido). Los mismos años que llevo tratando de sacar adelante el Documental El Final de Una Nación. Las noches se han hecho cortas, los fines de semana no han alcanzado y aquí sigo intentándolo.

La información a veces me marea. Son cerca de 100 años de periodismo que por supuesto no caben en una película de menos de dos horas. A menudo me quedó pegado entre las historias de cultura que publicó y cobijó el diario.

Imagino a Pedro Sienna en las catacumbas del archivo ordenando papeles, a Manuel Rojas saliendo de Agustinas 1269 meditabundo, a Joaquín Edwards Bello caminando por Huérfanos rumbo al diario con los ojos brillosos y una nueva historia entre sus dedos.

Y más atrás, a Don Eliodoro Yáñez sacando una naranja del árbol que plantó Francisco Bilbao en el patio de su casa. Interesante mezcla de olores debe haber sido esA del naranjo, la tinta y el fierro de las viejas imprentas.

De alguna manera estos espíritus se conectaron con la sección que me tocó editar durante 6 años. Algo de ese espíritu había en las crónicas de nuestros redactores y colaboradores. En las plumas de Alejandra Costamagna, Luis Barrales, Pedro Lemebel, Angel Carcavilla, Marisol García, Gonzalo Garcés y tantos otros injustamente olvidados por mi.

Acá algunas cosas que sí recuerdo.

Nace LCD

El gobierno de Lagos a través de su vocero Francisco Vidal decía: “La Nación no puede cubrir temas que estén en tribunales”. La desafortunada frase, que contraviene todo lo que representa el periodismo, espoloneaba una vez más al Diario del gobierno.

Con el correr de las horas salían el director y fundador de La Nación Domingo, Alberto Luengo y mi jefe, el escritor y editor de Leer, Roberto Brodsky. Leer había nacido 6 meses antes. Y era una sección de 4 páginas con temas de literatura, artes visuales, cine y pensamiento.

Tras la salida de Brodsky quedé a cargo de Leer. Juan Walker, el nuevo director y Mirko Macari, editor general, querían darle nueva vida a Leer transformándolo en una sección “más pop y menos gris”. Juan Guillermo Tejeda y Miguel Paz actuarían como asesores y colaboradores. En esa circunstancia quedé con la misión de formar equipo. Uno chico pero weno.

Al primero que le hablé fue al reportero Franco Fasola, quien acababa de hacer su práctica en La Nación Domingo y comenzaba a convertirse en colaborador del diario. Fui a la oficina de LND y le pedí que me acompañara a mi “oficina”. Leer estaba en un cuchitril que compartía con un señor que cada cierto tiempo iba a preparar el Diario Diplomático. Ahí, en medio de archivadores y guías de teléfono que sostenían mi compu, le dije que necesitaba una mano derecha para un proyecto que debíamos inventar. Me escuchó con parsimonia. Si se alegró, no lo expresó, pero me dijo ok.

Armando la pandilla

Tenía presupuesto para dos personas de planta y para comprar colaboraciones. A Franco le conté en quién estaba pensando para el número tres. Fasola me dio su ok, y me fui al Café Mosqueto a buscarlo. Cuando me vio, me saludó con afecto y me preguntó que tomaría.

Javier García, diligente como buen garzón-poeta, me pidió el café, despachó una mesa y conversamos de cómo iba la vida. Al ratito me trajo el café. Di un sorbo y le pregunté si se podía sentar porque debía conversar con él.

Prefirió escuchar de pie mis palabras:  “necesito un periodista para armar la nueva sección de cultura de La Nación Domingo”. Le conté lo que imaginábamos, que Franco se había unido al barco y que me gustaría que ese periodista fuera él.

Mientras se armaba la sección, se sumó Gabriela García, nuestra primera alumna en práctica y Rodrigo Alvarado, a quien tuve que despedir y volver convocar en pocos minutos. Primero, porque el editor general quería asignar su trabajo a otra persona y segundo, porque el director del Diario lo quería dentro del equipo.

Portada recortada de LCD

Esa discusión que tuvimos Luengo, Macari y yo, terminó conmigo corriendo por Agustinas hacia el Oriente en busca de Rodrigo. Lo alcancé sin aliento, le palmeé el hombro y le dije que continuaba en el proyecto, que disculpará el despelote.

Al equipo base de LCD se sumó Marcos Moraga, luego de vencer en una prueba donde la mayoría de esa generación  elegía la sección de Cultura para hacer su práctica en La Nación.

Más tarde se integró Paola Mosso, quien no llegó a la prueba de selección de su práctica el día correspondiente, pero al otro día apareció, expuso sus excusas y me vendió un par de temas de inmediato.

Pasó más gente por supuesto, con algunos cometí errores de forma y fondo. Otros hicieron lo propio. En el aprendizaje de vida que fueron los 6 años de LCD, gozamos, reímos, nos odiamos, nos separamos, nos quisimos, nos leímos.

Pasó de todo: golpes periodísticos, caídas, lectores infieles y fuentes cómplices que confiaron en nosotros.
Con el paso de los años siento que fue el mejor trabajo del mundo. Hoy el equipo sigue en mi corazón. A veces en algún asado nos volvemos a encontrar y reímos recordando.

Siempre expresaré mi gratitud y admiración porque quisieron contar historias hasta el final. Porque siguieron ejerciendo el oficio de periodistas en el callejón de los rematados.