Hay lugares de los que uno se enamora. Es como cuando te enamoras de una chica y no puedes dejar de pensar en ella. Cierras los ojos y ahí está: el atardecer, el mar, la vegetación, la brisa, las sonrisas de la gente, las olas: Hawaii.
Para un surfista Hawaii es la meca. Para un surfista pobre, es como ir bajo los efectos de un buen viaje en LSD. Tus sentidos se amplían. Habituado a los cochayuyos y a las aguas del frío hemisferio sur, el mar que baña a este grupo de islas ubicadas en medio del Pacífico, es tibio y a ratos, producto de las corrientes, te pega o roza un frescor quizá proveniente de dónde.
Puedes surfear en medio de tortugas y si estás en la época correcta del año ver ballenas saltar a lo lejos. Tuve la suerte de conocer la majestuosidad de Isla grande donde la naturaleza cierra el ojo a ese resto de espíritu salvaje que llevamos dentro. También en Maui donde bosques y montañas se fusionan con arquitectura playera de todas las formas y materiales.
Habituado a los cochayuyos del sur, en Hawaii puedes surfear en medio de tortugas y si estás en la época correcta del año, ver ballenas saltar a lo lejos.
Para el último Honolulu, que me pareció como Sanhattan pero con una playa inmensa y llena de olas para todos los niveles. Hay olas amables y consistentes más adentro y espumones grandes para aprender cerca de la orilla. En Oahu, la isla donde está la capital Honolulu, también está la zona conocida como las 7 millas del milagro. La famosa costa norte de Ohau. Hogar del Pipeline Masters y otros hitos de la cultura surf.
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