(..) El motín bullía por toda la parte baja de la ciudad, excepto en el centro, donde estaban los bancos, los diarios, las grandes casas comerciales; en algunas partes la multitud apedreó los almacenes de comestibles, de preferencia los de la parte amplia de la ciudad y los que estaban al pie de los cerros. No tenían nada que ver, es cierto, con el alza de las tarifas de tranvías, pero muchos hombres aprovecharon la oportunidad para demostrar su antipatía hacia los que durante meses y años explotan su pobreza y viven de ella, robándolos en el peso, en los precios y en la calidad, la mezquindad de algunos, el cinismo de otros, la avaricia de muchos y la indiferencia de todos o de casi todos, que producen resquemores y heridas, agravios y odios a través de largos y tristes días de miseria, reaparecían en el recuerdo (…)
No tenían nada que ver, es cierto, con el alza de las tarifas de tranvías, pero muchos hombres aprovecharon la oportunidad para demostrar su antipatía hacia los que durante meses y años explotan su pobreza y viven de ella
Hubo heridos y la sirena de las ambulancias empezó a aullar por las calles. Cayó la noche y yo vagaba de aquí para allá, siguiendo ya a un grupo, ya a otro; aquello me entretenía, no gritaba ni tiraba piedras, y aunque los gritos y las pedradas me dolían no me resolvía a marcharme (…)
La dueña de la casa, la mujer del obrero sin trabajo o con salario de hambre o enfermo, recurre a todo: vende los zapatos y la ropa, empeña el colchón, pide prestado, hasta que llega el momento, el trágico y vergonzoso momento en que la única y pequeña esperanza -¡vaya una esperanza! es el almacenero (…)
-Pero usted ya me está debiendo siete pesos.
-Sí, don Juan; pero tenga paciencia, mi marido está sin trabajo.
-Hace mucho tiempo que está sin trabajo…
-Usted sabe que las curtiembres están cerradas.
-¿Por qué no busca trabajo en otra cosa?
-Ha buscado muchísimo, pero con la crisis hay tanta desocupación…
-…Pero -no le faltará plata para vino.
-Vino… Desde ayer no hemos comido nada; ni siquiera hemos tenido para tomar una tacita de té.
-Para colmo, se me ha enfermado uno de los niños.
-Lo siento, pero no puedo fiarle; ya me deben mucha plata.
El almacenero, con el pescuezo erguido y duro, mira hacia otra parte, mientras fuma su mal cigarrillo; siente, íntimamente, un poco de vergüenza, pero. ¿adónde iría a parar al siguiera fiando a todo el mundo? Él también debe vivir.
La mujer, con su canastita rota y su pollera raída, sale, avergonzada también, con la vista baja y el obrero, que espera en la pieza del conventillo la vuelta de la mujer para comer algo, aunque sea su pedazo de pan, siente que el odio le crece hasta el deseo del crimen.
-Despachero, hijo de tal por cual…Algún día…
Ese día llega algunas veces y éste era uno de ellos.
Fragmento de la novela Hijo de ladrón del escritor chileno Manuel Rojas, publicada en 1951.
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