Hace 10 años el escritor que dirigió la sección de cultura y opinión del diario «El País”, escribió «El capitalismo funeral». En medio del estallido chileno, este libro cobra nueva relevancia y entrega claves sobre los engranajes del sistema y sobre la responsabilidad individual en la intoxicación capitalista.

Por Rodrigo Quiroz Castro

Cuando estalló la crisis en 2008 Vicente Verdú escribió: “Cómo, ignorar a estas alturas, que el sistema capitalista se confunde con el alma de lo más real, físico y espiritual”. Contra el bla bla de analistas económicos y la cara de circunstancia de los conductores de noticias ante la inminente aparición de muchedumbres desempleadas por las calles del planeta, el escritor y periodista español muerto en agosto de 2018, levantó su nariz y olfateó la podredumbre.

“La economía,  la ciencia social más avanzada, es la ciencia humana más atrasada (…) obedientes al cálculo, ignoran lo que no es calculable ni mensurable como la vida, el sufrimiento, la alegría, el amor, el honor, la magnanimidad (…) La economía puede establecer con precisión las tazas de pobreza monetaria, pero ignora la subordinación, la humillación o el dolor que experimentan los pobres”, escribió en ese libro que hoy, en el contexto del estallido social chileno, nos permite sumar espesor a la reflexión.

«La economía,  la ciencia social más avanzada, es la ciencia humana más atrasada (…) obedientes al cálculo, ignoran lo que no es calculable ni mensurable como la vida, el sufrimiento, la alegría, el amor, el honor».

Vicente Verdú

En rescates del Fuego, compartimos este diálogo publicado originalmente en La Nación Domingo el 14 de noviembre de 2010.

“Todos somos clientes del casino”

Los diarios y reportes especializados hablaban de los pecados del sistema, de la voracidad capitalista, desregulación y falta de fiscalización. Verdú, en cambio, dijo: «Para que una burbuja financiera se forme no basta con el ansia y la astucia del especulador, sino que es indispensable la colaboración del público».

Para el autor de «El capitalismo funeral» (Anagrama, 2009), la realidad es todo menos simplificable y si bien el crack financiero del 2008, se debió en parte a la irresponsabilidad de autoridades incompetentes, el veneno que intoxicó el sistema corre en las venas de todos.

«La tesis del libro es que no podía atribuirse la crisis sólo a razones financieras. Se nos contaba el cuento de que habían sido unos hombres avariciosos quienes la habían provocado practicando una economía de casino. Decían que ellos eran los clientes del casino, pero lo cierto es todos somos clientes del casino. Todos formamos parte de una cultura que representa la crisis. Una cultura del dinero rápido, sin ejercicio ni valores de sacrificio. Y ese estado no sólo comprende a los asuntos económicos sino a la literatura, el sexo o las religiones. Vivimos una época de valores efímeros y menos sólidos. El estallido del 2008 fue sólo una primera bomba de una cadena de explosiones que cambiará la forma de relacionarnos», dice al teléfono desde Madrid.

«Todos formamos parte de una cultura que representa la crisis. Una cultura del dinero rápido, sin ejercicio ni valores de sacrificio. Y ese estado no sólo comprende a los asuntos económicos sino a la literatura, el sexo o las religiones. Vivimos una época de valores efímeros y menos sólidos. El estallido del 2008 fue sólo una primera bomba de una cadena de explosiones que cambiará la forma de relacionarnos».

Tesituras, objetos y «extimidad»

La obra de Vicente Verdú apareció en la esfera pública en 1972 con «Si usted no hace regalos lo asesinarán». Antes escribió poesía («Poleo menta») y hasta la actualidad su bibliografía supera los 25 títulos, entre ellos algunos notables dentro de la literatura hispana como «Planeta americano» (1996) sobre la hegemonía cultural de EEUU o «El estilo del mundo» (2003), que aborda las tesituras de la contemporaneidad con sus mezclas de biogenética y arte, política o cosmética, pensamiento y TV.

En su obra, que también se bebe en dosis pequeñas en las columnas que escribe (N.de La R: escribió hasta la mitad del 2018, año de su muerte)  regularmente para el diario El País , Verdú expande las fronteras de lo cultural hacia el viaje, la sexualidad, la siquiatra, el yoga o el cambio de pareja.

En sus análisis de las nuevas formas de vida, salta de las ofertas que recrean la emoción en un parque temático de drogas, a conceptos como «extimidad»: el que describe nuestras conductas en las redes sociales con millones de usuarios «colgando sus secretos, desatando inhibiciones o mostrando su privacidad en una simulación que empieza a ser tan importante como la vida cara a cara», escribe el autor.

En un mundo donde nadie sabe nada, el deshielo de los polos amenaza y el ataque terrorista es inminente, Verdú refleja el mecanismo del miedo que nos gobierna, pero también asoma a través de su pluma lo hermoso que puede ser encontrar un objeto, un libro, un cuadro, un coche o una persona por la que valga la pena existir.

En un mundo donde nadie sabe nada, el deshielo de los polos amenaza y el ataque terrorista es inminente, Verdú refleja el mecanismo del miedo que nos gobierna, pero también asoma a través de su pluma lo hermoso que puede ser encontrar un objeto, un libro, un cuadro, un coche o una persona por la que valga la pena existir.

«Habitar rodeado de objetos bellos, formas y materiales que reciben nuestras mirada con placer y nos la devuelven convertida en la propiedad de uno mismo», dice el autor que acaba de inaugurar una exposición de pintura, su otro gran amor.

-¿Aprendimos algo de la crisis?
-No hay aprendizaje moral. Puede haber medidas mejores o peores y cierta melancolía de valores antiguos, pero creo que surgirán otros valores, como por ejemplo que es necesaria la construcción de un mundo global consciente de que somos todos seres humanos, que no se puede tolerar el hambre. De esa concepción debería salir más cooperación que competencia, tal vez un mundo más equitativo con política sin corruptos, pero no sé. Cuando hablamos de la crisis hay que hablar de una crisis total.

-En tu obra el rol que juegan los medios es clave, actúan como un dispositivo siempre abierto a la inminencia de la muerte y la catástrofe, ¿cómo analizas bajo ese prisma el caso de los mineros chilenos?
-Hay que entender que lo que caracteriza a los medios de comunicación es el sensacionalismo. Y no me refiero sólo a los periódicos sensacionalistas o la televisión sensacionalista. Yo creo que todos los periódicos del mundo son sensacionalistas. El New York Times y el Washington Post han inventado historias para crear sensacionalismo. Hay corresponsales de guerra que han contado mentiras con ese fin. Luego, periódicos llamados serios como el Le Monde, El País, La Repubblica o el Times, llevan en primera página violaciones, asesinos en serie, operaciones de cambio de cara. El caso de los mineros chilenos era materia de primerísima calidad. El proceso se desarrollaba con una historia de penalidades, tenía intriga, 33 personas no eran demasiadas -era un grupo que se podía seguir- ni tan pocas como para no hacer una crónica de la vida de cada cual con información de valores humanos y todo eso en medio de las emociones piel a piel. El manejo de las emociones es una constante del trabajo de los medios de comunicación. El negocio de los grupos de comunicación es vender emociones al público.

-¿Y cómo afecta a la vida democrática ese escenario agudizado por la desaparición de prensa escrita de calidad?
-El fin de los diarios escritos forma parte de un fenómeno general de decadencia de la lectura y la escritura. La crisis es de todos los medios escritos. La cultura escrita fundadora del conocimiento en los siglos pasados, está en clarísimo declive. Antes se decía que todo el saber estaba en los libros. Hoy en los libros está un saber, pero no es ni la mitad ni la cuarta parte del saber general que se ha trasladado a las pantallas y los viajes, a los impactos. Dentro de la pérdida del valor de la escritura, el periódico que hizo en su momento muchos papeles: promoción, información, reflexión, crítica o sugerencia de alternativas, ha quedado disperso en otra serie de impactos que están lejos de la lectura. El periódico es un medio de hace dos siglos, lento en relación a la radio, menos rico en información comparado con la TV y si se une a eso toda la información que llega a través de las redes sociales o internet, el diario resulta un producto vetusto.

EL DECLIVE DEL INTELECTUAL

La economía en crisis. La sociedad en crisis. Las relaciones en crisis. La biosfera en crisis. Los diarios y el amor en crisis. En el mundo que nos tocó vivir los contactos persona a persona sin intermediario acaban con el poder del crítico, de la compañía discográfica, de la galería de arte. La institución desaparece y «un aire de anarquía controlada va instalándose como reacción al descrédito de los gobiernos, los políticos, las viejas organizaciones y sus directivos piramidales». ¿Bueno?, ¿malo?, real.
«Y en ese caos otra figura en crisis también comienza a extinguirse».

-El rol del pensador y del intelectual también se disgrega de la esfera pública.
-El intelectual era un producto de la escritura. La escritura permite meditación y reflexión que son esencias de la filosofía y la teología, pero como ya no hay ni filosofía ni teología, todo lo que tenía que ver con meditación y un discurso complejo declina. Como la escritura, la figura del intelectual está en clarísimo declive.

-Y cómo se vive ese fenómeno, por ejemplo, desde una redacción cultural empecinada en promover algunos valores en declive…
-Cuando hablamos de crisis hablamos de crisis total. Del desamparo de todos los jóvenes. Vivimos un momento donde no tiene sentido pedir líderes políticos, porque ya nos han demostrado a qué conducen. Tampoco tiene sentido buscar líderes intelectuales porque el intelectual, si es honesto consigo mismo, debe reconocerse desconcertado porque la cultura es un desconcierto.
Todo es un cambalache, que es el cambalache mismo de la economía. El intelectual manotea y balbucea. ¿Qué otra alternativa hay? ¿Otro mundo es posible? Claro que sí, siempre habrá esa posibilidad, ¿pero dónde está? ¿qué es? ¿cómo lo concebimos? Sólo con generalidades y buena fe: amor entre los seres humanos y buena voluntad. Pocas cosas concretas. Las utopías del siglo XIX, digamos comunismo, liberalismo y socialismo, han dado grandísimos fracasos y grandísimas masacres. La crisis es la crisis.

Cocaína y muerte

Con honestidad brutal en su escritura, Verdú es de los autores que no consideran su ejercicio como un dolor. No hay desgarro en su respiración de tinta. Hay, pese a la amargura lúcida de su mirada, goce. «La escritura no es un oficio sagrado», ha anotado porque aprendió de Celine que el libro sólo resultará importante para su autor. Y en «No ficción» (Anagrama), suerte de diario publicado en 2008, vive los conflictos de un hombre maduro enfrentado al paso del tiempo, la erosión de su físico, al enamoramiento de chicas menores que él, la dependencia farmacológica y la muerte.

-En «No ficción» hay tensiones, depresiones, alcohol, cocaína, encarnizados amores pasajeros, citas con doctores de todo tipo, adicciones al Parecetamol y otros químicos. ¿Estás mejor hoy que cuando lo escribiste, suponiendo que fue un ejercicio de desnudamiento?
-En cuanto a estados de ánimo estoy mejor. Ese libro no se hizo de un tirón, hay años de vida y experiencia mezclados ahí. Su justificación era transmitir una vida real, que a mi modo de ver resulta más interesante que hacer ficciones. Para mí la novela es literatura infantil para adultos. Quienes tienen cosas que contar a ese nivel son los latinoamericanos o la gente que hace cine desde la periferia.

Verdú suena cansado al otro lado de la línea. En la textura de su voz se adivina una jaqueca. Ante su entusiasmo que se apaga, la pintura se abre como lienzo en el horizonte. «Pinto óleo y acrílico y siempre he tenido mucho interés por el dibujo y la arquitectura. Los últimos cuatro años han sido muy gratificantes en ese sentido. Yo pinto sin proyecto, algo parecido pasa con la poesía, que la he tratado de recuperar a través de la pintura. El poema nace sin orden sistemático, se va diciendo así mismo, como el color y la forma en la pintura. El cuadro da por terminada la conversación cuando se convierte en algo autónomo, como si tú hubieses sido un mediador de un suceso», dice.

«Creo que nuestra sociedad padece la enfermedad de la ausencia. Ausencia de toda referencia, elementos asideros, puntos de valor donde atenerse».

Mediando entre los hechos de la vida contemporánea y sus lectores, Verdú prepara ahora un libro sobre la ausencia: «Tema que se me quedó pendiente desde que murió mi mujer (Alejandra falleció el 2003 debido un cáncer) y porque creo que nuestra sociedad padece la enfermedad de la ausencia. Ausencia de toda referencia, elementos asideros, puntos de valor donde atenerse. Estoy escribiendo sobre la experiencia personal y social de la ausencia», dice balbuceando. LCD