Hace 11 años el escritor murió rodeado de libros dejando una nebulosa de manuscritos. Ahora se corre el velo sobre la esperada obra del amigo de Armando Uribe y David Rosenmann-Taub. Compañero de andanzas y sensei de una generación de escritores sin nombre, el libro Pastizales del espejismo que se lanza mañana en la Biblioteca Nacional es la última contraseña del Sensei.

En #RescatesDeElFuego compartimos este perfil sobre el maestro y amigo Samir Nazal publicado originalmente en La Nación Domingo.

Por Rodrigo Quiroz Castro
Fotografía: El escribidor

Un hombre viejo contempla las luces de la ciudad y una franja de humo gris se mezcla con la noche azul metálica. En un departamento descascarado de calle Toesca, su silueta aparece en el marco lumínico de la ventana.

¡Ahí va! grita arrojando un calcetín con rombos. Además de dos papas, la prenda tiene una llave. Y el visitante sube por una escalera oscura. Al final, una puerta rechina como en un filme de Hitchcock. Al entrar al departamento, el olor a polvo se mete por las narices y en las murallas, imágenes de poetas y amigos sonríen junto a Rimbaud y el Che.

En la penumbra y sentado en una silla, la silueta del hombre viejo aparece a contraluz rodeada de volutas de humo. Da un beso en cada mejilla. De cerca sus ojos verdes brillan y su frente, surcada por gruesas venas, refleja la luz de la lámpara.

El humo parecía salirle desde los zapatos. Fumaba tres cajetillas de Pacific diarias. La casa tenía el olor de un libro nunca hojeado.

Según el escritor y periodista León Pascal, Samir Nazal es el “almirante vitalicio de la cultura underground santiaguina”. Para su amigo y compañero de generación Armando Uribe, un ejemplo de integridad y consecuencia: “Nunca ha sido un exhibicionista como yo”.

Ahora, Samir está muerto. En su guarida lo encontró un amigo el miércoles pasado. Estaba tapado con una frazada, rodeado de libros y su rictus era plácido. Se fue en el sueño y tenía el mentón erguido como desafiando al  verdugo. Un carabinero que llegó a hacer los trámites de rigor a la casa, miró la escena y dijo: “Este hombre murió en la de él”.

EL MISTERIO

Hijo de inmigrantes árabes, Nazal escribió toda su vida pero nunca publicó (HASTA AHORA <3) . Amigo del escritor fantasma David Rosenmann-Taub, a quien sostuvo en sus brazos luego de que una micro lo atropellara, el viejo tosía como perro y contemplaba el amanecer recitando a Shakespeare.

Hijo de Constantino Nazal y Rebeca Chuaky, Samir nació en Santiago. Su hermana Rebeca lo recuerda como un niño “inquieto, temperamental, inteligente, cascarrabias y nervioso”. En su casa del barrio Yungay, Rebeca ovilla ahora el recuerdo de un pequeño que mataba a la gente: “Llegaba a casa y decía: ‘¿Sabes que murió la viejita de la esquina?’. Uno se lo creía y después veías a la señora en la calle”, dice frotándose las manos.

Para Rebeca, la muerte de la madre fue un hachazo que marcó la infancia de su hermano. Samir tenía siete años, el pelo ensortijado y rubio. Ella le decía: “La mamá está muerta”, y él respondía: “No, está en el hospital”. Samir salía a la calle y paraba a las mujeres preguntándoles: “¿Usted es mi mamá?”.

El niño mitigó luego esta ausencia con el nuevo matrimonio del padre. Años después, envalentonado por las lecturas de Baroja y la formación chucheta del colegio Valentín Letelier, huyó a Valparaíso con 16 años, sueños oceánicos y carnet de miserable. Sin poder embarcarse terminó durmiendo con putas en un hotel que en sueños llamaba “La Tarántula”. Del puerto lo rescató la entrepierna de una chiquilla que leía a Dostoiveski en el Parque Forestal.

Libro Pastizales del espejismo de Samir Nazal

Libro Pastizales del espejismo de Editorial Cuarto Propio. El texto de poemas de Samir Nazal fue editado por Cristián Basso y Daniel Pizarro Hermann y se presenta mañana viernes 3 de mayo a las 19:00 hrs en la Biblioteca Nacional.

AMORES PERROS

En el Bellas Artes, Samir se enamoró y conoció la noche junto a algunos estudiantes de derecho de la Universidad de Chile. Era 1951 y sus compañeros de leyes eran Armando Uribe, Alberto Rubio y Jorge Edwards.

Ahora, Uribe contempla los árboles. Su estudio, justo da al lugar que años atrás compartió con Samir. “Era una de las personas más ecuánimes que he conocido en mi vida. Conversar con él era una manera de alimentarse intelectual y espiritualmente”, dice. Al igual que la mayoría de quienes lo conocen, el autor de “Rabio porque rabio” no sabe por qué Samir nunca publicó. “Lo atribuyo a un exceso de discreción. Es de las personas que no necesitan la exposición pública, no tenía ninguna traza de exhibicionismo, como otros, dentro de los que me incluyo; él tuvo la enorme virtud de ser quien se es y quien se ha sido sin ningún teatro”, explica con la respiración agitada.

De esas jornadas en el Forestal, Samir decía: “Al principio le tenía mala a Armando, lo encontraba un cuico de mierda, vestido con corbatas italianas y camisas de seda; después aprendí a querer su pasión, sus arrebatos. Lo quiero montones; a mí me gustaba su hermana, que escribió un lindo libro sobre Pavese”, dijo a este diario (la extinta La Nación Domingo) acariciando su barba de náufrago.

En el Forestal, Samir deambuló leyendo a Virgilio junto a Alberto Rubio y David Rosenmann-Taub. A este último lo conoció en una librería que quedaba cerca del antiguo Congreso Nacional. “Estábamos con Alberto y David nos regaló ‘Cortejo y Epinicio’, su primer libro. Conversamos un rato y al salir a la calle una micro agarró a David y lo arrastró como cuatro metros. Me acerqué a hurgarle los bolsillos, me tomó las manos y me dijo ‘no me dejes solo, que me muero’”. Para Nazal, el Forestal fue un refugio donde compartió con la generación del 50. “Enrique Lihn era de una nobleza particular, Lafourcade nunca me interesó, sus dos primeras novelas eran buenas, pero luego hizo puros desastres con su vida literaria. El bendito Jodorowsky era una mierda brillante, un desgraciado burlón, odioso y con suerte con las mujeres”, recordaba jadeando como un lobo de mar. El año 1955, Samir terminó leyes y luego se convirtió en profesor de castellano y en maestro de literatura.

Y lo ha sido de escritores, poetas y periodistas con sueños de tinta. Matías Celedón, Pablo Basadre, Feisal Sukni, Cristián Basso, Daniel Pizarro y León Pascal fueron discípulos y amigos del viejo Samir. Para Pascal,  Samir fue “asesor sentimental de los guachos y guachas, mánager del pololeo adolescente, sicólogo de la gente depresiva y bipolar, brujo del dolor ciudadano, gurú de las letras de los escribanos amateur, capitán general de hueveo, almirante vitalicio de la cultura underground”.

El escritor y guionista Daniel Pizarro tiene 35 años y conoció a Samir en una librería de viejo de Manuel Montt. “Me hice amigo de él de a poco, le llevé las pruebas de imprenta de mi primer libro y él las rayó enteras. Ya no había nada que hacer, fue duro, pero sin embargo acogedor”, recuerda Daniel, quien tampoco entiende su decisión de no publicar. “Nunca fui muy inquisidor con ese tema porque él siempre fue muy reservado. No quiso publicar, qué significa eso, no sé, es un misterio que respeto”, dice.

LOCUS SOLUS

Samir fumaba en su habitación en penumbras diciendo: “Mis primeros recuerdos son de una inundación en La Calera, y, según tengo entendido por mi familia, nunca hubo río ahí. Pero sentí la inundación. El otro es de la casa de Juan Escorta [Recoleta], que hoy está en ruinas, veo un gato que entraba por el visillo. Era un gato pelirrojo, en mis memorias lo convierto en mito”. De su infancia, Nazal tampoco olvidaba el olor a tabaco del cuerpo de su madre. “Que se matara fue una cosa espantosa. Se pegó un tiro. Ahora lo puedo decir, hace dos años todavía no podía, por eso siempre me han resultado interesantes los suicidas”. Y es que siempre Samir se rodeó de poetas, amigos o conocidos que han masticado la idea de quitarse la vida. “Siempre que imaginaba un término de la situación, pensaba en el suicidio. Pero nunca con decisión, tengo un apego inmenso a la vida, deben ser los libros…”, dijo dándole una calada al cigarrillo.

Y con libros vivió, leyendo y escribiendo a mano en incontables cuadernos viejos. ¿Pero qué pasó para que su escritura se convirtiera en humo? “En la adolescencia me replegué, participé y gané algunos concursos de la generación del 50. He publicado en revistas y antologías, pero nunca libros. Porque decidí no ser figura pública. Decidí vivir de otra forma. No me gusta la vida del escritor como escritor, la firma de libros, esas huevadas… No hay vuelta. No me interesa esa vida”. Y por esa actitud le gustaba Lihn. A diferencia de Jodorowsky, “quien siempre está tratando de ser primero. Y cuando no es primero inventa: ‘Veo el tarot, veo el destino del hombre en las rayas del culo’, que como chiste no es malo”, dijo riendo.

LOS LIBROS Y LA NOCHE

Samir eligió estar fuera del foco de la masa. Vivió solo y murió solo. Sus discípulos fueron como hijos, y los talleres de Samir Nazal, su familia. “Hay una satisfacción profunda, se produce entre el pupilo y el alumno una amistad honda que va más allá de lo racional”, dijo una noche mirando las fotos de sus talleristas.

Es que sus cabros y él parecían unidos en todo (libros, noche, mujeres, odios), pero más que todo en la soledad. Esa sensación que experimentó estupefacto y perplejo el día que Allende ganó las elecciones. “La gente estaba llorando de euforia y yo sentí una soledad tan grande en medio de la multitud. Ahí comencé a aceptar mi destino, que como el de todo individuo está condenado a la soledad y la muerte”, dijo serio unos segundos, para luego estallar en una carcajada.

“Pero me encanta la vida, huevón, ver amanecer, escuchar los pájaros. Soy muy religioso, al Cristo lo respeto, pero me cago en la Iglesia, por eso me encanta el conchasumadre de Michel Houellebecq, porque se caga en todo. El mundo carece de transparencia, hay misterios en todos lados, el misterio de lo divino, del amor. La creación de Miguel Ángel me encanta; esa huevá del dedito es bonita, pero no creo en eso. Y la muerte… no sé si es el final, ‘dormir, tal vez soñar…’”, dijo citando a Shakespeare.

Hoy, un grupo de amigos y familiares se va a reunir en la casa fría para buscar en los rincones su obra y ordenar sus libros. “He escrito cuentos, novelas y poesía. Me gustaría llamar a mis memorias ‘Finis cinis’ [Al final la ceniza]. Así decían los romanos cuando quemaban los cuerpos de los hombres”.

“Finis cinis” decimos mientras su cajón se llena de flores en el Cementerio General.

Samir daba dos besos de despedida y desde calle Toesca uno veía la ventana iluminada. Ahí caían calcetines del cielo. Ahí escuchábamos al viejo anacoreta. Ahí reímos, lloramos y nos despedimos.

Que para eso hemos nacido, para despedirnos.


En El Escribidor hay varios posts sobre Samir. Ahí descubrimos que protagonizó una película de Artes Marciales en tres roles. La imagen de este post es un fotograma de Fatality.

Nota sobre el libro Pastizales…en Cine y Literatura.